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El año pasado dediqué un post a como vivir la navidad al estilo GTD, este año pensaba hacer lo mismo, una remasterización del texto del año pasado donde explicaba cómo utilizar los principios de GTD para organizar las fiestas sin estrés. Idea desestimada, primero porque podría ser algo reiterativo y segundo porque desde el blog GTD TIMES ya lo han hecho mucho mejor que yo (si sabéis inglés no os lo podéis perder).
Imagen vía chavezonico bajo licencia Creative Commons
Una vez desestimada la idea principal, he recuperado algo que me rondaba por la cabeza, algo que a todos los productivos y no productivos tenemos presente en los días previos -o posteriores – del cambio de año: los propósitos de año nuevo. Lo que todos, alguna vez, hemos intentado alcanzar y que hemos acabado abandonado en la cuneta. Mi pregunta es la siguiente:
¿Vale la pena hacerse un propósito de año nuevo?
Definitivamente SI, pero a la vez no. Me explico. Los propósitos de año nuevo suelen fracasar porque se trata de compromisos que se han asumido a la ligera. No digo que no haya alguien que lo saque adelante, ya sea porque cuente con un grado de convicción superior, o porque ya hace tiempo que le está dando vueltas y ha hecho algo más que pensar en ello…
En el resto casos el propósito es algo nuevo, una vela que emite un punto de luz intenso que causa emoción y nos motiva durante un corto periodo de tiempo, pero que a la larga está condenada a apagarse. El peso de la rutina y de nuestras responsabilidades hace que apartemos la mirada de este punto, lo dejemos de lado para dedicarnos a otras cosas y finalmente lo olvidemos. La vela se ha consumido y se apaga.
Soy partidario de que en nuestra vida debemos marcar hitos que nos permitan mirar al horizonte, que nos hagan mover, que provoquen cambio y mejora. De ahí mi SI. El problema es el método. Después de preguntarte ¿Dónde quiero llegar? Lo que deberías preguntar es ¿Que harás para lograrlo?
Como interviene el factor GTD
Siempre he pensado que en lugar de marcarse un propósito para el próximo año resulta mucho más eficiente fijarse un objetivo a 1 o 2 años vista, lo que David Allen entiende por un objetivo a 9000 metros. La diferencia radica en el hecho de incluir un hito a esta altura, te obliga a definir un plan de acción para llegar. El nivel de compromiso es superior por el simple hecho que nos embarcamos en un proceso que nos obliga a pensar y planificar, sumado a fijar unas acciones concretas a llevar a cabo crean una dinámica de trabajo en la que el nivel de atención es mayor.
Este compromiso queda reforzado cuando hacemos nuestra revisión trimestral para hacernos una idea de cómo avanza la acción hacia el objetivo fijado, aplicando correcciones si es necesario. Lo tenemos presente de una forma periódica, le aseguramos una cuota de atención cada x semanas, evitando dejarlo de lado o que el flujo de acción se desvíe del camino correcto.
Definido el proceso
Haremos uso de tres componentes del método: los objetivos a 9000 metros, la planificación natural y las revisiones generales para hacer que las cosas funcionen. A continuación desglosamos como podría estructurarse el proceso para llevar a cabo uno de nuestros objetivos:
- Dediquémonos a pensar cuál es nuestro objetivo en 1 o 2 años vista. ¿Está de acuerdo a nuestra visión de futuro (a 5 años vista o 12.000 metros)?, Más aún ¿Está de acuerdo con nuestros valores? Si la respuesta es sí para ambas preguntas encaja.
- Recurrimos a la planificación natural para concretar nuestro objetivo. Hacemos un dibujo conceptual. Definimos cuál es su propósito final, que debe pasar para que podamos concluir que hemos alcanzado el objetivo y para su consecución haya sido un éxito.
- Entramos en la parte práctica con la segunda dosis de planificación natural, a partir de ahí pasamos a definir las acciones, agrupándolas en diferentes componentes, y definiendo los diferentes proyectos que podemos poner en marcha. Decidimos cuáles son las siguientes acciones que podemos iniciar y nos ponemos en marcha.
- Una vez a la semana podemos tomar decisiones sobre las acciones que tenemos entre manos (revisión semanal). Controlamos la parte funcional del proceso.
- Cada 3 meses realizamos una revisión donde verificamos cómo se va desarrollando el proyecto. Valoramos su progreso, qué dificultades nos vamos encontrando, si estas nos desvían del camino que habíamos planificado, si esto es asumible y llegado el caso qué correcciones se deben realizar.
En este patrón puede encajar cualquier objetivo con resultados bien definidos, incluso los tan socorridos propósitos de aprender inglés o dejar de fumar, que todos nos hacemos desde hace años … En estos casos donde no hay un retorno material toma mucha más fuerza el papel de las revisiones para asegurarnos de que hacemos lo que debemos hacer.
Vamos transformando poco a poco la ilusión que nos genera el deseo de cambio, en la satisfacción por el trabajo hecho cada vez que acabamos con un proyecto que tiene que ver con nuestro objetivo. Cuando logramos la meta esperada, nos daremos cuenta que la mejora, además de los resultados obtenidos, es haber creado la capacidad de seguir un proceso para HACER y para aprender CÓMO HACERLO. Seguir un método y aplicarlo. No es sólo una carrera, es algo persistente que vamos aplicando de forma repetida para alcanzar nuestras metas.
¿Te has marcado alguna vez un propósito de año nuevo? Como terminó la cosa. ¿Y a la inversa? ¿Has asimilado el sistema de los niveles de perspectiva para fijarte objetivos? Si has aplicado, o lo has intentado, alguno de los dos sistemas y te ves capaz de hacer tu propia comparación no dudes en hacerme llegar tu comentario dejándolo en este post o a través de mi cuenta de twitter @davidtorne.