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A lo largo de los años se ha creado una cultura productiva que nos empuja a estar permanentemente ocupados, a hacer durante nuestra jornada laboral y a buscar actividades para llenar los huecos que nos quedan entre lo dedicado al trabajo y a la familia. La clave es mantenerse ocupado, siempre haciendo algo. El PROBLEMA es que lo que llena nuestro tiempo no sea algo significativo para nosotros y nuestros objetivos, que sea sólo un entretenimiento.
La diferencia entre una persona eficiente y otra que no lo sea – aunque tenga una gran capacidad de trabajo – es lo que obtiene después de una o varias sesiones de trabajo. Si el resultado es una lista con temas importantes aún pendientes, de cuestiones que hace semanas que permanecen en la lista de siguientes acciones, o la percepción de no tener tiempo para dedicar a la familia, los amigos o a sí mismo, es evidente que no va todo como debería ir.
Productividad es saber que tienes que hacer en cada momento, pero hay otros factores que ayudan a convertir nuestro trabajo en algo significativo.
Imagen vía David Chico Pham bajo licencia Creative Commons
Escoge lo que realmente cuente
Gracias a sistemas como Get Things Done podemos organizar y recuperar el control de nuestra actividad. El sistema mejora nuestra rutina pero puede generar puntos débiles. Uno de ellos lo encontramos en la lista de siguientes acciones. Imagina que tienes una lista de unas 30 próximas acciones y que te encuentras en un contexto – un entorno de trabajo – donde puedes realizar una decena. Unas pocas son prioritarias y las otras son más sencillas. ¿Qué haces? ¿Te guías por las prioridades o te dejas arrastrar por la comodidad o el placer de hacer una tarea que te gusta más?
Muchas veces caemos en la tentación, creando una productividad aparente que sólo es una ilusión. Nos hacemos trampas al solitario y subconscientemente lo sabemos, de ahí esa sensación de vacío que genera el tiempo malbaratado y la oportunidad perdida de no haber hecho algo que contaba de verdad.
Debemos ser conscientes de que las siguientes acciones a realizar no están todas al mismo nivel. Ya sea por el contexto en que estamos, y sobre todo, por la prioridad que damos a nuestros proyectos, nuestros asuntos, a las fechas de entrega… Según el momento habrá algunas que serán las que tenemos que hacer aunque no las queramos ver.
Hacer que las cosas funcionen
Tan importante como hacer es cómo hacerlo. Debemos definir un proceso para hacer cada una de las tareas a realizar, una manera propia que se adapte a nuestra forma de ser y de trabajar. En otras palabras: Definir una metodología que nos funcione. La semana pasada hablaba de cómo organizo mis lecturas digitales, un repaso a la combinación de costumbres, metodología y herramientas que sumadas forman una manera de hacer que a mí me funciona, y hace que pueda leer todo lo que me interesa.
Muchas veces asumimos un reto, una nueva actividad que debemos acoplar a nuestra rutina. Imagina que quieres dominar una nueva metodología de trabajo o recuperar algo que no haces desde hace tiempo, por ejemplo matricularte en un curso de inglés. Representa asumir un conjunto de nuevas actividades, no sólo las clases, también el tiempo de estudio que dedicarás a casa y hacer frente a lo que esto supone: Sacar tiempo a otras actividades y recuperar los hábitos de estudio que después de años están oxidados.
Inicialmente puede que no encontremos hueco para ubicar el tiempo necesario para estudiar, hacer los ‘deberes’ y si vemos que no avanzamos o nos cuesta demasiado, quizás perdamos la ilusión del primer momento. En este punto quizá vale la pena empezar a pensar diferente: ¿A qué horas estás más lúcido para estudiar? ¿De qué manera se consolida mejor los conocimientos memorizando o con la práctica continuada? ¿Cómo puedes asegurar que otras actividades no te quiten tiempo para el estudio? Respondiendo estas preguntas puedes llegar a conclusiones que te permitan modificar tu forma de estudiar – trabajar – y actuar en consecuencia.
Debemos ser proactivos en la búsqueda del cómo trabajar. Pensemos en nuestros asuntos, pero también en la forma más eficiente de resolverlos. Acompañar a nuestros retos de un proceso crítico que cuestione lo que hacemos, e intente mejorarlo si no funciona. Esta es la vía para hacer que las cosas funcionen.
Aprender a no hacer
Finalmente debemos borrar de nuestro ideario la percepción del hacer como sinónimo de productividad. Entendamos la productividad personal como una forma de sacar un mayor partido a nuestra vida laboral y personal, no como una vía para maximizar nuestro trabajo. Si no lo hacemos así convertiremos nuestra búsqueda de una mejor eficiencia en algo tóxico.
Marquémonos unos límites, una hora a partir de la cual dejamos de hacer cosas que requieran nuestra atención absoluta. Creemos tiempo de calidad del que disfrutar con nuestra familia, amigos o que podamos dedicarnos a nosotros mismos. Te diría más, deja pasar el tiempo sin hacer nada, en silencio, tranquilo y sin que nadie te interrumpa.
Acostumbrémonos a no estar ocupados, si hay vacíos en nuestra jornada simplemente disfrutamos de los mismos. El tiempo libre revierte en nuestra productividad, oxigenenándonos y restaurando nuestra integridad productiva (ganas y energía para hacer cosas).
La idea de este post salió de de la contra del diari La Vanguardia donde el filósofo Antonio Fornés se habla de pasada del concepto que tenemos actualmente de productividad y de cómo vivimos nuestra libertad, os la recomiendo. Como siempre espero que me dediques un minuto para hacerme llegar tu opinión sobre el tema, o tu experiencia personal, en forma de comentario.
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