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Hace tiempo escribí sobre cómo gestionar la frustración que se desprende de la actividad del día a día, de todo aquello que no acaba de salir bien y te carga negativamente. Quiero dedicar las líneas de hoy a un sentimiento presente de forma constante en el abanico de emociones generadas de la realización nuestra actividad y que nos cuesta gestionar y aceptar: La culpa
Cuando hay algo que no funciona nos enfadamos y cuando pasa la intensidad de los primeros momentos llegamos a la conclusión del lugar que ocupamos en la ecuación. A menudo no somos únicamente la víctima, somos el autor intelectual y el ejecutor de nuestra propia desgracia. Te acabas dando cuenta y ¿qué haces? Culpabilizarte, cargándote de mal rollo como si de electricidad estática se tratara.
Es curioso que poco nos cuesta dar la espalda el sentido crítico y dejar de tomar la distancia para analizar un problema con la mente fría. NO. Todo termina con decepción por lo que no se ha hecho y con culpa pero sin el análisis necesario para que, si al menos vuelve a pasar, como mínimo funcione todo un poco mejor. Sólo un poco mejor …
Cuando tu eres tu peor enemigo
«Termina la jornada y te das cuenta que no has podido hacer lo que habías previsto a priori. Has tenido imprevistos, pero también has interrumpido tu actividad con descansos de bajo valor añadido, una consulta en el periódico digital, una en el móvil, un café y una conversación con un compañero interrumpen de forma innecesaria tu flujo y la ejecución de tus acciones clave…
El primer paso es tomar conciencia de lo que está pasando. Nos dejamos arrastrar por las circunstancias y por las emociones que generamos. Ser capaz de apartarse y mirar las cosas con perspectiva, en frío, como si buscaras respuesta al caso de otra persona es una buena forma de ver las cosas sin tantos perjuicios. Te diré más, crees que hay alguien a tu alrededor que te pueda aportar una visión objetiva de lo que haces? Si es así no dudes en pedirle ayuda, la información que te puede aportar no tiene precio.
Escribe una lista de puntos con todas las demoras e interrupciones. Guárdala y deja pasar un tiempo para que todo repose, un par de días. Pasado el período de descanso recupera-la, léela y pregúntate ¿Cuál crees que es la fuente del problema? ¿Es externa o generas tu mismo? ¿En cualquiera de los dos casos la cuestión es que puedes hacer para cambiarlo?
Después de intentar implantar grandes cambios, o grandes correcciones en mi rutina me he acabado convenciendo de que la solución menos intrusiva y frustrante es montar pequeños experimentos, pequeños cambios para corregir la situación. Hacer en pequeño, como si empiezas a implantar un nuevo hábito.
Si el problema son las interrupciones debido al dispositivo y la red. Antes de empezar a trabajar desconectar el cable de red – desenchúfalo y guárdalo en un cajón – y apaga el móvil. Implanta el hábito de preparar la sesión.
La clave es hacer algo con intencionalidad, no un cambio superficial hecho a la ligera y que se derrumbará a la primera de cambio (pegar un post-it en la pantalla diciendo No te conectes! O similares). Un cambio como el mencionado indica compromiso y puede que no funcione pero si ese es el caso no habrá una sensación de culpa sino algo más cercano a la curiosidad para saber que ha pasado y cómo puedes volver a plantear ese escenario.
Cuando no cumple las expectativas
Has tenido que dejar en espera tareas delegadas que están esperando clientes o compañeros y eso te remueve por dentro. No se trata de frustración sino de la sensación de culpa de tener que demorar una acción sujeta aquel pacto no escrito que tienes con tus colaboradores. Piensas en la confianza que depositan en ti y en cómo, de alguna manera, tú la has traicionada.
Tú no puedes saber que piensan los demás. Sentirse juzgado por lo que haces, o por lo que no has hecho, es algo que genera tu mente. Es terrible, frecuentemente los sentimientos negativos – en este caso culpa pero también frustración – generan reacciones físicas que refuerzan y potencian el sentimiento generando a la vez nuevos pensamientos negativos que intensifican estas reacciones.
Empecemos por romper la rueda. Me remito al punto anterior donde hablaba de la necesidad de tomar conciencia de la situación, no del problema en general sino de cada una de las situaciones que se presenten. Se necesitan herramientas para poderlo corregir, te propongo dos, una a corto plazo y la otra a largo plazo:
- A corto plazo. Tomar las riendas de la situación y tomar la iniciativa. ¿Es necesario renegociar el compromiso? Ponte en contacto con la otra parte y reajustar la entrega. ¿Está todavía dentro del período de entrega acordado? ¿Aún tienes margen de maniobra? Pues si es así decide qué actividad aplazarás para hacer lo que toca y en qué momento lo llevarás a cabo.
- A largo plazo. Medita, así de sencillo. Necesitas educar tu mente para ser consciente de lo que estás viviendo, de tus pensamientos, emociones y sensaciones físicas sin ser arrastradas por ellas. Te da un margen de maniobra necesario para corregir las situaciones de las que hablamos. Como siempre, cuestión de tiempo y práctica (Hablaba de ello en este artículo).
Para terminar un par de apuntes finales aplicables a las dos situaciones. Cuando estás en una escenario en caliente, invadido por la culpa, la frustración o la rabia no es el mejor momento para tomar decisiones ni emprender según qué acciones. No tenemos la mente clara y nuestro comportamiento puede ser errático. Desconecta, déjalo para mañana, si puedes tómate un par de horas para templarte y ya volverás cuando puedas actuar en frio.
El segundo apunte es que aunque hable de proactividad y de reconducir la situación no quiere decir que lo tengas que hacer solo. Si es necesario pide ayuda a tus compañeros, aunque sólo sea para hablar, calmarte y conocer su punto de vista. Ya sabes que dos o tres suman más que uno y que teniéndolos a tu lado te será más fácil poner en marcha las acciones correctivas que decidas.
Para combatir la culpa hay que conseguir ganar distancia para ser consciente de lo que estás haciendo, donde te estás equivocando y decidir qué pequeño cambio puedes aplicar con garantías para empezar a dar un giro a la situación.
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